26.2.21

UFOLOGÍA ANTROPOLÓGICA. ENTRE EL HOMBRE Y EL COSMOS


Como expresé la semana pasada, es tiempo de dejar la teoría y poner atención en los hechos. Por eso considero importante el título de este artículo (original) y la fotografía (original) en la que aparece el jefe de la Policía de General Pico, el protagonista de la historia, Sergio Pucheta y quien suscribe. Con sumo gusto la dedico a los seguidores de los grupos Ceufo Patagonia, Puente 2001, y a todos los investigadores de campo.
En algunos pueblos, la gente se refiere a los “platos voladores” con total naturalidad, estableciendo clasificaciones según sus características morfológicas y cromáticas de cada uno, tema que desarrollaré en un capítulo de esta obra.
Sin embargo, el hecho de abordar un trabajo de estas características no fue inspirado por un ufólogo sino por un antropólogo; Carlos Martínez Sarasola. Fue él, quien me estimuló para que transmitiera mi experiencia por escrito. Si bien los apuntes rebalsaban mi computadora con un desorden que sólo yo entendía, su propuesta fue el disparador para repasar las experiencias y, sobre todo, enriquecerlas con nuevos aportes de los testigos.
La posibilidad de entablar relaciones estrechas con los protagonistas me facilitaron el seguimiento de los fenómenos. Y aquí se produce una variante muy interesante. En la mayoría de los casos reportados, los encuentros se repitieron. Pero casi siempre los testigos prefirieron callarse o confiar su experiencia a un reducido círculo de personas. “Salvemos al testigo” fue siempre la consigna en estos casos, porque ellos eran quienes necesitaban del cuidado y las respuestas. Ellos eran los que se sentían incomprendidos o resultaban señalados.
En vistas a ese cometido, los trabajos de campo se realizaron con elementos mínimos, buena voluntad y la mente abierta en procura de hallar una señal; algo que nos orientara en la comprensión de cada caso. Si a esos potenciales elementos le sumamos los “diálogos” mantenidos con los testigos, sin duda alguna estamos ante lo que podría interpretarse como un mensaje cifrado que debemos decodificar.
Amén de la mente abierta, me resistí a admitir los informes que daban por sentado la procedencia y el por qué de la presencia de esos extraños visitantes. Con el paso del tiempo y lejos de entender esas señales, observé que las manifestaciones cambiaban. Y no sólo en cuanto a la tipología de los seres que había sido reportada sino también al vehículo. No necesariamente había un tradicional plato volador involucrado en las experiencias sino que ahora, los extraños entes se corporizaban y desaparecían con tremenda facilidad. Y no había otro elemento que “una luz” para relacionar ese encuentro con los seres de las experiencias consideradas como del Tipo IV.
A la hora de ordenar el copioso material acumulado, me di cuenta que debía realizar una introducción que permitiera al lector ubicar los distintos períodos que compondrían la obra. Y a esa altura, también entendí que el cúmulo de información era tal que debía sintetizarla. Y eso tal vez fue una nueva señal. Porque a la gente que le interesa el tema, sin dudas quiere la mayor cantidad de detalles posibles, por más que parezcan reiterativos.
Obviamente, la recopilación de esos testimonios no hubiera sido posible sin la predisposición de los protagonistas y sus familias, que en todos los casos me brindaron un apoyo fundamental durante mis visitas. Eso fortaleció mi postura de defender a ultranza la idiosincrasia de los testigos, que en la mayoría de los casos no querían publicidad, sino que buscaban pasar desapercibidos.
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